Esto pasó hace mucho, muchísimo tiempo, cuando el agua de los ríos se podía beber, los hombres y los animales eran amigos, y bastaba con tumbarse con la boca abierta bajo una palmera para hartarse de dátiles.
A los niños, igual que ahora, les gustaba cantar y bailar. Preguntarse como se las arregla la mariposa para andar por el aire sin caerse nunca. Subirse a las montañas para gritar "¡Eh...!", y esperar la respuesta del eco...
Pero no tenían juguetes como los de ahora: muñecas que lloran o estornudan, robots que piden la ropa en tres idiomas...Ni siquiera tenían libros. Y eso si que era una pena.Jugaban con piedrecitas, caracolas, cáscaras de nuez -que hacen muy buenos barcos- o cañas huecas -que son flautas estupendas-.
Junto a una pradera cubierta de trébol todo el año, no sólo en primavera, vivían cinco hermanas. Unas eran rubias. Otras morenas. Unas tenían los ojos azules o verdes. Otras, castaños o negros.Todas tenían algo bueno... y algo menos bueno, porque, ¡ay!, nadie es perfecto.
Ellas jugaban con cintas de colores: amarillo, blanco, naranja, verde, azul.. Les servían para formar figuras, adornar las ramas de los árboles o para hacerlas ondear al viento, como banderas, mientras corrían por la pradera.
Un día pasó algo asombroso. Oyeron un ruido tremendo que venía de las alturas.
Levantaron la cabeza y vieron una esfera que giraba muy deprisa, despidiendo destellos deslumbrantes.
Las cinco niñas, con el corazón latiendo de emoción, vieron que el extraño objeto se detenía a unos centímetros del suelo y que de él bajaba un personaje desconocido. Era, más o menos de su misma altura. Y, mientras se acercaba, pudieron comprobar que tenía la piel blanquísima, como la tiza, y el pelo negrísimo, como el carbón. Era un niño en blanco y negro, como las películas antiguas.
-Me llamo Kentu- dijo. -Y vivo en un planeta donde no hay colores.
-¡Qué aburrido!- exclamaron a coro las hermanas.
En eso, empezó a llover. Y al cabo de unos minutos, tendido en medio del cielo, apareció un arco iris.
El niño soltó una exclamación de sorpresa y, encantado, se apresuró a sacar de su mono blanco y negro una máquina fotográfica; pero, cuando iba a disparar, aquella maravilla había desaparecido.
-¡Qué lástima¡- suspiró.-quería llevármelo de recuerdo.-No te aflijas- dijo loa mayor de las hermanas. -Nuestras cintas se le parecen mucho. Será casi lo mismo.Y se plantó frente al objetivo, enarbolando su cinta amarilla. Su hermana pequeña, llevando la cinta azul, le dió un empujón para ocupar su puesto. Y lo mismo hicieron las otras tres.
Todas querían estar en el centro de la foto, en el lugar que consideraban más importante.
Como no acababan de ponerse de acuerdo, Kentu no tuvo más remedio que fotografíarlas por separado.
Las chicas miraban entusiasmadas los trocitos de cartulina donde aparecía su propia imagen y comentaban: "Mi color es el más bonito: el azul" "¡No! El mío, el verde". "No digais bobadas. El amarillo es el mejor" " ¡El naranja!..." " ¡El blanco!".
-Bonitos son todos- dijo Kentu desilusionado. -Pero sólo si están juntos forman un arco iris-.
Volvió a subir en su extraordinario vehículo y, una vez en el aire, vió que las hermanas, que se habían quedado pensativas, le enviaban un saludo de verdadera amistad.
Agitaban las cintas, tan unidas como si el arco iris hubiese salido de nuevo.
(Cuento de Carmen Vázquez-Vigo, publicado en el nº 170 de la revista "Gesto")