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miércoles, 27 de marzo de 2013

GEMELOS EN LA PREHISTORIA

Aprovechando estas tardes lluviosas de Semana Santa me he decidido a escribir un cuentecito a propósito de la prehistoria. Como ha resultado un poco largo, lo he dividido en varios capítulos. Aquí está el 1º. Por cierto, no tiene ilustraciones, si alguien se anima...

GEMELOS EN LA PREHISTORIA
Capítulo I
      Era casi media noche cuando Arita supo que su bebé nacería muy pronto. Con ayuda de las demás mujeres de la tribu y mientras el hechicero cantaba y hacía ruiditos con su collar de piedrecitas mirando la luna, nació la pequeña Kali.
     Era una niña fuerte y rosada que lloraba tan alto como le permitían sus pulmones y que fue presentada al gran jefe Gon-Cu que era su padre.
    Dentro de la cabaña su mamá sabía que aún había “trabajo por hacer”. Los osos, los leones y muchos animales más tenían dos crías cada vez, pero solo la más anciana del clan recordaba algo parecido en cachorros humanos.
     Amanecía ya cuando por fin nació keó. Al contrario que su hermana, Keó era un niño menudito y frágil que más que llorar lo que hacía era maullar como un gatito.
      Después de aquella larga noche llegaron muchas más: primaveras que continuaban con abundantes veranos y suaves otoños seguidos de fríos y largos inviernos.
       Durante ese tiempo el gran jefe miraba desconcertado como crecían sus hijos.
     Los niños en aquel entonces no iban al cole -no había- y no tenían que aprender letras, ni números, ni nombres de ríos... -no los habían inventado-. Pero sí que había muchas cosas que aprender: había que distinguir los frutos venenosos de los comestibles, saber escapar de los animales salvajes, pescar pececitos, encender fuego... Bueno, había aún más trabajo que ahora.
     Pero mientras que Kali saltaba y corría persiguiendo lagartijas y aprendiendo a tirar con el tirachinas con los demás niños del poblado, Keó prefería quedarse junto a las mujeres haciendo “tonterías” - como decía su padre – con huesos, piedras, conchas y montones de cosas más.
       El gran jefe Gon-Cu no entendía porqué su hijo no era tan decidido y fuerte como él, ni porqué a Kali no le gustaba cocinar, curtir pieles ni cuidar a los otros bebés.
       La mamá pensaba que a lo mejor sus “espíritus” se intercambiaron al nacer, pero lo cierto era que ella no los cambiaba por nada ni por nadie.

                                                                                          (Continuará)

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