GEMELOS
EN LA PREHISTORIA
Capítulo I
Era
casi media noche cuando Arita supo que su bebé nacería muy pronto.
Con ayuda de las demás mujeres de la tribu y mientras el hechicero
cantaba y hacía ruiditos con su collar de piedrecitas mirando la
luna, nació la pequeña Kali.
Era
una niña fuerte y rosada que lloraba tan alto como le permitían sus
pulmones y que fue presentada al gran jefe Gon-Cu que era su padre.
Dentro
de la cabaña su mamá sabía que aún había “trabajo por hacer”.
Los osos, los leones y muchos animales más tenían dos crías cada
vez, pero solo la más anciana del clan recordaba algo parecido en
cachorros humanos.
Amanecía
ya cuando por fin nació keó. Al contrario que su hermana, Keó era
un niño menudito y frágil que más que llorar lo que hacía era
maullar como un gatito.
Después
de aquella larga noche llegaron muchas más: primaveras que
continuaban con abundantes veranos y suaves otoños seguidos de fríos
y largos inviernos.
Durante
ese tiempo el gran jefe miraba desconcertado como crecían sus hijos.
Los
niños en aquel entonces no iban al cole -no había- y no tenían que
aprender letras, ni números, ni nombres de ríos... -no los habían
inventado-. Pero sí que había muchas cosas que aprender: había que
distinguir los frutos venenosos de los comestibles, saber escapar de
los animales salvajes, pescar pececitos, encender fuego... Bueno,
había aún más trabajo que ahora.
Pero
mientras que Kali saltaba y corría persiguiendo lagartijas y
aprendiendo a tirar con el tirachinas con los demás niños del
poblado, Keó prefería quedarse junto a las mujeres haciendo
“tonterías” - como decía su padre – con huesos,
piedras, conchas y montones de cosas más.
El
gran jefe Gon-Cu no entendía porqué su hijo no era tan decidido y
fuerte como él, ni porqué a Kali no le gustaba cocinar, curtir
pieles ni cuidar a los otros bebés.
La
mamá pensaba que a lo mejor sus “espíritus” se intercambiaron
al nacer, pero lo cierto era que ella no los cambiaba por nada ni por
nadie.
(Continuará)
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