Capítulo 2
Una
tarde el cielo se oscureció mucho antes que otros días y eso que ya
casi era primavera. Los animalitos se habían ido a sus cuevas, nidos
o madrigueras. Una gran preocupación se extendió por todo el
poblado tan rápidamente como los nubarrones negros se fueron
extendiendo sobre el cielo.
Había
que hacer como los animales: refugiarse en las chozas, cabañas y
cuevas, pero...
Pero
los hombres aún no habían vuelto. Salieron a cazar bien temprano
como cada día cargados con sus lanzas, hachas y flechas en busca de
una manada de ciervos que pastaban cerca de un riachuelo.
De
pronto, del cielo salió un gran estallido y unas extraños cuchillos
de luces saltaron entre las nubes negras rompiéndolas y dejando caer
todas las gotas de lluvia que había dentro de ellas.
Todos
asustados dentro de la cueva alrededor de un fuego canturreaban
extrañas canciones. Kali no sabía muy bien si aquellos cánticos
servirían para algo pero no podía quedarse sentada esperando a ver
que pasaba: su papá y los otros hombres de la tribu podían estar en
peligro y ella, ella, ella no pensaba quedarse a esperar.
Tan
distraídos estaban todos siguiendo los cantos de las ancianas que
nadie se dio cuenta de que Kali se había ido.
Era
de noche, no se veía mucho y no había cogido ninguna antorcha. -
Bueno - pensó, - tampoco me iba a durar encendida, el agua de la
lluvia la apagaría - .Llevaba consigo su cuchillo de colmillo de
león y un hacha que le había regalado su hermano. Por suerte para
ella, no había ningún animal peligroso por allí -estaban todos en
sus guaridas-.
Aprovechaba
las luces de los relámpagos para descubrir el camino que conocía y
cuando sonaba el trueno le daba un poquito de miedo aunque por nada
del mundo lo habría reconocido.
Llevaba
un rato caminando cuando comenzó a oír el ruido de la Gran Catarata
justo el lugar que los niños tenían prohibido traspasar. A partir
de ese punto no sabía que podía encontrar...
Bueno,
sí que lo sabía, algunas veces había seguido a su padre y a los
demás sin que ellos lo sospecharan y sabía que era peligroso porque
había grandes pozos de donde un animal, un niño o ¡un hombre! No
podrían salir sin ayuda. ¡Eso es, eso es! Su papá y los demás
podrían haber caído en alguno de ellos, era imposible conocerlos
todos y su papá le había dicho que algunas veces estaban ocultos
por plantas y ramas.
Pero
aquello podía ser una mala noticia, el agua de las montañas bajaba
con fuerza buscando encontrarse con el río que la llevase hasta el
mar. Sin duda, en su bajada llenaría los pozos que encontrase en su
camino. El gran jefe y sus hombres podían morir ahogados.
Kali
pensó que lo primero era encontrar en cual de los pozos estaban,
después... después ya vería. Y así fue como empezó a buscar
entre los pozos que conocía: el que estaba cerca del gran castaño,
el que tenía tres bocas, el que repetía tus palabras cuando te
asomabas... ¡ Eeeeeeeh! gritaba siempre, ¡eeeeeeeh! contestaba la
voz del pozo.
-
¡ Eeeeeeh1 - gritó Kali.
-
¡Aquí. Aquí!- contestó esta vez el pozo.
¡No
podía ser! ¿qué era aquello?-
-
¡Aquí, estamos aquí! -. Volvió a repetir.
-
¡ Papá, papá ! - dijo Kali, llena de esperanza y miedo.
Los
había encontrado pero la situación era difícil; no podía
sacarlos. Cuando había caído algún animalito lo habían sacado
metiendo alguna rama por la que pudieran trepar, pero esta vez haría
falta un tronco y ella no tenía fuerza y además estaba todo tan
oscuro...
Sin
saber como lo haría, gritó a su padre prometiendo que volvería con
ayuda.
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario